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Un
virus ha impedido a Basso llegar más
alto en este Giro. |
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Iván
Basso tiene una voz leve, de confidencia. Y una
alegría contenida: ha ganado dos etapas
de forma consecutiva en este Giro, pero siente
que ha perdido la carrera. Por eso no desatornilla
su felicidad. «He interpretado este Giro
como si fuera mi Tour particular. He comprobado
mi mejoría contra el cronómetro
y eso es fundamental en la carrera francesa».
Sólo en el Stelvio, el teatro de su hundimiento
por enfermedad, perdió la sonrisa que siempre
lleva impresa. Se consuela rápido trasladando
su mente a julio, a Francia. «Estoy recogiendo
los frutos del trabajo que he hecho desde hace
año y medio con Bjarne Riis para mejorar
como ciclista, especialmente en la crono».
Con Riis ha sufrido la metamorfosis: «He
encontrado el equilibrio entre mis prestaciones
en la montaña y en la contrarreloj».
Riis cerró la era Induráin. Basso
aspira a clausurar la de Armstrong, su ídolo
y amigo. Del Giro al Tour.
«Es mi carrera». Basso aprendió
a ganar en el Tour del año pasado, en la
cima de La Mongie, donde Armstrong le concedió
la etapa. Unidos por el cáncer: ese mismo
día la madre de Basso se sometió
a la primera sesión de quimioterapia. Al
final, el italiano acabó tercero en París,
tras Armstrong y Kloden. Bien, pero.... Le quedó
la foto de Armstrong doblándole en la cronoescalada
a Alpe d`Huez. Demasiado surco entre ambos. Por
eso ha pasado un año ajustándose
al traje de un reloj. «Ahora sé que
la crono requiere calma, concentración
durante más de una hora. Y encontrar la
posición ideal». El túnel
del viento de la Universidad de Boston se ha convertido
para él en un lugar de peregrinación.
A pulirse, a lijarse, a convertir su silueta en
un fluido.
El progreso ha sido enorme. Ahora es capaz de
sostener un pulso con los mejores. El viernes,
incluso, batió en la crono de Turín
a Zabriskie. Del estudio de ese día, Riis
extrajo una doble conclusión: «Iván
fue el mejor en el tramo de subida y también
en el de bajada. Nunca le había visto rodar
tan rápido». El descenso era una
de sus rémoras. Durante el invierno, Basso
subió puertos con la bicicleta de contrarreloj:
espalda plana, brazos de goma, con las vértebras
quejándose. Y con esa misma montura los
bajó. Orillando caídas. Aprendiendo
a no refugiarse en el freno. En la crono de Turín
bailó con las curvas. Riis se va feliz
del Giro. Ha visto lo que vino a ver: «Todo
lo que le ha ocurrido aquí a Iván
demuestra que es capaz de ganar en el mes de julio.
Y, sobre todo ha demostrado que tiene voluntad,
coraje». Ingredientes de un campeón.
La imagen del Stelvio
De la fuerza hablan sus triunfos de etapa. De
la mente, el empeño por continuar en el
Giro pese al efecto devastador de un virus estomacal.
Su imagen en el Stelvio, doliente, mientras Riis
le cubría con un chubasquero negro, era
un luto. Aquel día perdió casi tres
cuartos de hora y con ellos, la maglia rosa. Ahí
se quedó su Giro. Y ahí, paradójicamente,
metió en su puño a la afición
italiana. «No fue fácil recuperar
la motivación para seguir. Lo logré
y ésa fue mi primera victoria». No
figura en el palmarés, pero cuenta. Aquí
gustan los dramas, los héroes, las gestas.
Hasta ese día, Basso era un ciclista gris,
casi ajeno. Un italiano serio, adusto, que vivía
para una carrera extranjera, el Tour. Desde el
Stelvio, es un ídolo cercano.
En la jornada siguiente reunió a todo su
equipo. Les pidió disculpas y les prometió
que les daría una gran jornada en el Giro.
Han sido dos. Camino del Tour: «¿Ganarle
a Armstrong? Sólo sé que yo ahora
estoy más seguro de mi capacidad, más
convencido que antes». El Tour de Basso
puede haber nacido en el Giro. «Vuelvo a
casa más maduro».
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