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La
Vuelta se ha decidido en el descenso
de la Colladiella |
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A
Menchov le perdió el frío. Curiosa
sentencia para un ruso. Pero no el frío
exterior que helaba el descenso del puerto de
la Colladiella, sino el interior: su exceso de
calma. Mientras Heras se colgaba de la primera
curva y ponía su cuello en ese filo, Menchov
se subía la cremallera del quitavientos.
Sólo un detalle. Toda una Vuelta. El bejarano
le sacó apenas 10 segundos. El ruso, tranquilo,
le dejó hacer. «Ya te cogeré».
No sabía nada de la conversación
sobre el frío que unos kilómetros
más abajo mantenía una señora
con dos ciclistas que habían puesto el
pie a tierra. «¿Quieren una manta?»,
les ofreció la generosa aldeana, que había
oído cómo uno de aquellos jóvenes
le decía al otro: «Me estoy quedando
helado». Eran Caruso y Vicioso, que, quietos,
aguardan a Heras. No tuvieron tiempo para la manta.
Al llegar su líder, arrancaron dejando
todo atrás, incluido el frío. El
hielo fue para Menchov, congelado por la imagen
que vio en la última curva del puerto:
de repente ya no estaba solo Heras, sino que había
tres siluetas azules. Ya no le vio más.
Sucumbió a su frialdad interior.
Ayer, día de descanso
y reflexión en la Vuelta, Heras destiló
en un acto público sus sensaciones. Risueño,
comedido, humilde. Sin un ademán de más,
sin un rastro de arrogancia. «Nunca había
arriesgado tanto en una bajada, pero para ganar
hay que jugársela». No pasó
miedo. Supo respetar los límites de la
física. «Miedo pasé en 1999,
en el descenso de la Cobertoria». Heras,
líder indiscutido, degustaba su victoria:
«Quizá sea la más bonita de
mi carrera. Fue un triunfo de todo el equipo,
que me llevó hasta que faltaban cuatro
kilómetros para la meta». A su lado,
como centinelas, aguardaban dos testigos directos
de su hazaña: su preciosa BH de carbono,
repleta de comisuras brillantes, y la sonrisa
plácida de Manolo Saiz.
El técnico del Liberty
también repasaba esa historia reciente.
«Salió todo a pedir de boca».
Le preguntaban por la paradoja de ver a un escalador
atacando en un descenso, y lo negaba. «Fue
la continuación del esfuerzo que Roberto
obligó a hacer en la subida». De
esa exigencia partió el éxito. «En
el ascenso se quedó Mancebo y eso dejó
aislado a Menchov, que se encontró solo».
Además, para entonces Saiz manoseaba ya
un dato aportado por Igor González de Galdeano:
«Le vio a Menchov desinflar un poco la rueda
-para ganar agarre en los descensos- y pasar alguna
dificultad en la bajada del puerto anterior».
El ataque, pues, estaba premeditado.
Menchov lo sabía.
Pero desconocía otras muchas cosas. En
su disco duro no estaba la Colladiella, un puerto
nuevo para él. Tampoco esperaba que Sastre
(CSC) y García Quesada (C. Valenciana),
sus únicos acompañantes, le fueran
a pasar factura. El primero se negó a darle
relevos porque el ruso siempre ha ido a rueda.
El segundo, porque el Rabobank tiró a por
él en Cerler.
Sólo corre para
ganar
Con todo, lo que le perdió
a Menchov fue su exceso de calma. El chubasquero.
Por la emisora, su director, Van Houwelingen,
le repetía: «A rueda de Heras, a
rueda». Y así estuvo hasta que se
enredó con la cremallera. En el equipo
holandés se quejan de 'Radio Vuelta', que
no informó sobre dos corredores del Liberty
que estaban detenidos en la cuneta, helándose
a la espera de Heras. Claro que los holandeses
podían haberlo imaginado. ¿Para
qué si no saltó desde la salida
media plantilla del Liberty?
A Menchov comenzó
a escapársele la Vuelta por un chubasquero,
por el riesgo que asumió Heras, por la
ausencia del Rabobank y por la tela de araña
del Liberty. No lo notó en la penúltima
curva de la Colladiella, cuando todavía
veía solo a Heras. Aún creía
que con un acelerón en el primer tramo
llano enlazaría con el bejarano. Lo supo
en el último giro, cuando, inesperadamente,
surgieron Vicioso y Caruso. La señora guardó
la manta en casa y Heras, su cuarta Vuelta en
el currículo. Desde ese momento, el Rabobank
inició otra etapa: mentalizar a Menchov
para que defienda el segundo puesto. No será
fácil. Está convencido de que era
el mejor de la ronda. Y está acostumbrado
a correr sólo para ganar. Y aquí,
entre un chubasquero y una manta, ya ha perdido.
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